Vía Crucis
El Vía Crucis o camino de la cruz es una de las tradiciones más arraigadas en nuestra Iglesia Católica que nos ayuda a recordar y llevar a nuestra vida los principales misterios de nuestra fe, es decir, la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Por eso, celebrarlo con fe en familia durante los viernes de cuaresma, nos ayudará a contemplar la entrega amorosa de Jesús por nosotros y la manera como él encarna nuestra fragilidad y se solidariza con nuestros sufrimientos. Así mismo, el llamado que nos hace a superar con fe las circunstancias que vivimos como el abandono, el dolor, la humillación, la injusticia, y aprender a darnos a los demás, aún en medio del dolor o el sufrimiento.
Via Crucis para el tiempo de Cuaresma
Motivación: Cada Vía Crucis que rezamos con fe y contemplamos con esperanza, es un medio para unir nuestra vida a los sufrimientos de Cristo y del mundo. Ofrezcamos de manera especial este santo Vía Crucis por la realidad de sufrimiento y enfermedad que todavía vivimos como humanidad por el coronavirus. Pidamos al Señor, que alivie el dolor de las personas contagiadas, fortalezca a los familiares que han perdido a sus seres queridos y proteja de manera especial, a todo el personal de salud que expone a diario su vida para brindarles el cuidado necesario.
Materiales: Cruz, tiras de papel, lápiz, cinta.
Signo: En las tiras de papel que tengamos, vamos a escribir los nombres de nuestros familiares, amigos, vecinos o personas conocidas que están enfermas, especialmente por el Covid-19. Así mismo, aquellos que trabajan o forman parte del sector salud. Antes de iniciar el rezo del santo Vía Crucis, vamos a ir pronunciando sus nombres y a pegarlos en la cruz, como una manera de unirnos a sus realidades y presentárselas al Señor.
Canto: Vengo ante ti, mi Señor.
Vengo ante ti, mi Señor,
reconociendo mi culpa,
con la fe puesta en tu amor,
que tú me das como a un hijo.
Te abro mi corazón,
y te ofrezco mi miseria,
despojado de mis cosas,
quiero llenarme de ti.
Que tu Espíritu, Señor,
abrace todo mi ser.
Hazme dócil a tu voz,
transforma mi vida entera.
Hazme dócil a tu voz,
transforma mi vida entera.
Puesto en tus manos, Señor,
siento que soy pobre y débil,
más tú me quieres así,
yo te bendigo y te alabo.
Padre, en mi debilidad,
tú me das la fortaleza.
Amas al hombre sencillo,
le das tu paz y perdón.
Que tu Espíritu, Señor,
abrace todo mi ser.
Hazme dócil a tu voz,
transforma mi vida entera.
Hazme dócil a tu voz,
transforma mi vida entera.
Oración inicial:
Padre eterno, por medio de la pasión de tu amado Hijo,
has querido revelarnos tu corazón y darnos tu misericordia.
Haz que, unidos a María, madre suya y nuestra,
sepamos acoger y custodiar siempre el don del amor.
Que ella, Madre de la Misericordia, te presente las oraciones que elevamos
por nosotros y por toda la humanidad, para que la gracia de este Santo Vía Crucis
llegue a todos los corazones humanos e infunda a ellos una esperanza nueva,
esa esperanza indefectible que irradia desde la cruz Jesús,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.
Amén.
Oración tomada de: El santo Vía Crucis según las orientaciones del papa Francisco, Paulinas.
Primera estación: Jesús es condenado a muerte.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Mc 15, 14-15
“Pilato les dijo: —Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos volvieron a gritar: -¡Crucifícalo! Entonces Pilato, como quería quedar bien con la gente, dejó libre a Barrabás; y después de mandar que azotaran a Jesús, lo entregó para que lo crucificaran”.
Jesús experimenta el abandono de los suyos al ser condenado a muerte en lugar de Barrabás. Su vida es sentenciada a muerte de manera inevitable, pero él no pierde ni la fe ni la esperanza, porque sabe que en sus manos está la realización del proyecto del Padre. Como Jesús, nosotros también hemos sentido amenazada nuestra vida o la de nuestros seres queridos por el coronavirus. Pidámosle, su misma confianza para acoger con valor dicha enfermedad, acompañar a los nuestros y valorar mucho más la salud que tenemos.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Segunda estación: Jesús carga con la cruz a cuestas.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Mc 15, 20
“Después de burlarse así de él, le quitaron la capa de color rojo oscuro, le pusieron su propia ropa y lo sacaron para crucificarlo”.
Vestido con sus propias ropas, Jesús inicia el camino hacia el calvario con la cruz a cuestas. Una carga pesada que no merece llevar, pero que acoge con valor por amor a cada uno de nosotros. Así mismo, la crisis del coronavirus ha sido para muchos de nosotros una carga pesada y difícil de llevar, una carga que ha sacado a flote todas nuestras fragilidades y nos ha llevado a reconocer la vulnerabilidad de nuestra condición humana. Pidamos, al Señor, que nos ayude a acoger con esperanza las cargas difíciles que esta crisis sigue despertando en el seno de nuestras familias, lugares de trabajo y nos enseñe a crecer en nuestro espíritu de sacrificio, ofrecimiento y solidaridad hacia el dolor de quienes lo han perdido todo.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Tercera estación: Jesús cae por primera vez.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Is 53, 4
“Él estaba cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores. Nosotros pensamos que Dios lo había herido, que lo había castigado y humillado”.
Jesús abraza la muerte como una realidad que le permite encarnar toda nuestra realidad y fragilidad humana, incluso el dolor y el sufrimiento. Así, nos permite experimentar que Dios nos acompaña siempre aún, en las circunstancias más difíciles que vivimos como seres humanos. A lo largo de este tiempo de pandemia, Jesús ha estado a nuestro lado y se ha solidarizado con el dolor de cada enfermo, de cada familia que ve partir inesperadamente a los suyos, en los esfuerzos y sacrificios de todo el personal médico. Agradezcamos en este día a Jesús, por encarnar y redimir la totalidad de nuestra condición humana.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Cuarta estación: Jesús encuentra a su madre.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Lc 2, 51.
“Su madre conservaba todo esto en su corazón”
María acompañó de cerca a Jesús en cada momento de su existencia, le dio la vida, lo alimentó, lo crió, le enseñó el amor a Dios, los valores y las tradiciones de su pueblo. Nunca lo dejó solo, ni aún en el momento más trágico y doloroso de su existencia. Ella, contempló siempre en su corazón el gran misterio de Dios encarnado en su hijo Jesús. Hoy muchas madres también sufren por la enfermedad o la pérdida repentina de sus hijos a causa de la pandemia. Pidamos, al Señor, que las fortalezca en su sufrimiento y les ayude como a María a encontrar en su fe, la fuerza y el aliciente para continuar.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Quinta estación: Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Mc 15, 21
“Un hombre de Cirene, llamado Simón, padre de Alejandro y de Rufo, llegaba entonces del campo. Al pasar por allí, lo obligaron a cargar con la cruz de Jesús”.
El camino de la cruz une a Simón de Cirene con Jesús. Sin esperarlo fue obligado a ayudarle a cargar la cruz y aliviar un poco su sufrimiento. Sin lugar a dudas, Jesús lo miró con profunda compasión y ternura y desde el fondo de su corazón, le agradeció por su generosidad. Lo que inició para el Cireneo como una obligación se tornó luego en solidaridad, al experimentar sobre sus hombros el gran peso que llevaba Jesús. Como el cirineo, nosotros también podemos pasar de la obligación de ayudar al otro, a solidarizarnos realmente con sus necesidades, poniéndonos en sus zapatos y haciendo su carga más liviana.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Sexta estación: La Verónica limpia el rostro de Jesús.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Is 53, 2- 3.
“No tenía figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado”.
A medida que avanzaba el camino de la cruz, el rostro de Jesús iba desfigurándose y perdiendo su vitalidad. El temor a enfrentar su realidad de sufrimiento hacía que muchos no se atrevieran a mirar su rostro maltratado y desfigurado. Solo una mujer, se atrevió a romper los límites del miedo para solidarizarse con Jesús, limpiando la sangre y el sudor de su rostro. Una mujer que fue capaz de ver cara a cara el sufrimiento, no huir de él, sino por el contrario, consolarlo con un gesto sencillo pero cercano. Pidamos al Señor, que como Verónica nos ayude a mirar de cara el sufrimiento que viven nuestros enfermos, a prodigarles como ella, gestos de ternura, cariño y compasión que alivie su dolor pese a los difíciles quebrantos de salud que atraviesen.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Lc 23, 34.
“Jesús dijo: ‘Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen’”.
Jesús avanza hacia el calvario pero sus fuerzas desfallecen. La cruz se torna más pesada y por más que quiere continuar su camino, su cuerpo se doblega y cae por segunda vez. Caída que lo lleva a experimentar la fragilidad de su cuerpo y el gran peso del mal que lo aqueja. Pese a ello, Jesús no siente rencor hacia sus opresores, sino que por el contrario, los mira con compasión porque no son conscientes del mal que comenten hacia él. Como Jesús, en este tiempo de pandemia hemos experimentado el peso que el coronavirus ha puesto sobre nuestros hombros. Un peso que jamás pensamos vivir, que nos doblega en la incertidumbre del mañana, en el temor al contagio y a la muerte. Pidamos al Señor, la capacidad de reconocer en las circunstancias difíciles que atravesamos y nos llevan a perder la fe, una posibilidad para superarnos y abrazar nuestra existencia con mayor esperanza.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Octava estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Lc 23, 28.
“Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí, sino por ustedes mismas y por sus hijos”.
En su camino hacia el calvario, Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén que lloran por el mal que lo aqueja. Pese al difícil momento que vive y a la carga de la pasión que lleva a cuestas, Jesús saca fuerzas para mirar a las mujeres y consolarlas con sus palabras de solidaridad hacia los sufrimientos que viven como madres. Actitud que nos lleva también a nosotros hoy, a superar las diferentes aflicciones que vivimos, para consolar a tantas personas, incluso dentro de nuestro propio núcleo familiar, que sufren por los efectos negativos de la pandemia, como por tantas otras circunstancias adversas. Pidamos al Señor, que nos ayude a hacer de nuestros padecimientos un medio para ser más abiertos y solidarios con los que sufren.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Novena estación: Jesús cae por tercera vez.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Flp 2, 8.
“Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte en la cruz”.
En su camino hacia el calvario, Jesús experimenta toda la fragilidad de nuestra condición humana. Cae por tercera vez, recordándonos lo vulnerable que puede llegar a ser nuestra existencia. Pese a caer de nuevo, Jesús no se queda en el suelo ni se rinde ante el sufrimiento o el dolor que lo doblega, sino que por el contrario, se levanta y prosigue su camino aferrado al amor y a la confianza que tiene en el Padre. Como Jesús, también nosotros caemos muchas veces ante el dolor, las enfermedades o las dificultades que llegan de manera imprevista a nuestra existencia. Pidámosle que en esos difíciles momentos nos ayude a levantarnos y a retomar nuestro camino con valor y esperanza.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Mc 15, 24.
“Los soldados echaron suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús y ver qué se llevaría cada uno”.
Después de un largo camino de intenso dolor, sufrimiento y martirio, Jesús llega al calvario y allí es despojado de la única pertenencia que le quedaba como ser humano: sus vestiduras. Su cuerpo maltratado, herido y vulnerado en su dignidad, queda expuesto a la vista de todos y a la burla de los soldados quienes además echan a suerte su túnica. Desprovisto de toda seguridad humana, Jesús queda a la suerte de sus adversarios, pero permanece firme en su entrega hasta el final. Como Jesús, muchas personas hoy continúan siendo despojadas de su dignidad, vulneradas en sus derechos fundamentales, desprovistos de toda seguridad económica o material. Pidamos en esta estación al Señor por todos aquellos, que la crisis actual del coronavirus ha despojado de su salud, sus seguridades económicas, su tranquilidad o de la presencia de sus seres queridos.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Jn 19, 17 -18.
“Jesús salió llevando su cruz, para ir al llamado «Lugar de la Calavera» (que en hebreo se llama Gólgota). Allí lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, quedando Jesús en el medio”.
El suplicio que Jesús vive a lo largo de su pasión ahora llega a su culmen al ser clavado en la cruz. Muerte lenta y dolorosa impuesta por los romanos a los agitadores del imperio como escarmiento público por sus delitos. La crucifixión era una práctica humillante, signo de maldición para los judíos, pero que Jesús abraza hasta el final por amor a nosotros, para hacer de ella nuestra fuente de salvación. Pidamos al Señor, por todos aquellos que todavía hoy siguen siendo crucificados por las injusticias, el odio, la guerra, la indiferencia, la falta de oportunidades. Por aquellos, que en medio de esta pandemia han muerto, no solo a causa del virus sino también por la falta de recursos para sobrevivir, por no tener quien cuide de ellos, por no poder acceder al sistema de salud, por la marginación de una sociedad injusta y centrada en sus propios intereses.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Duodécima estación: Jesús muere en la cruz.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Mt 27, 45-46.
Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde, toda la tierra quedó en oscuridad. A esa misma hora, Jesús gritó con fuerza: «Elí, Elí, ¿lemá sabactani?» (es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
Al morir en la cruz, Jesús encarna toda nuestra condición humana, incluso el dolor y la muerte de nuestro cuerpo mortal. Con su muerte, Jesús se solidariza con tantas víctimas de nuestro tiempo y de la historia, que han muerto de manera injusta y atroz. Muerte que nos permite experimentar como Dios nos acompaña aún en las realidades más extremas y cruentas de nuestra existencia. Desde su muerte en la cruz, Jesús nos abraza, nos consuela y nos dice que no existe ninguna realidad humana que su amor no pueda ayudarnos a redimir y sanar. Pongamos en sus manos a cada uno de nuestros familiares o conocidos que han muerto por la crisis actual y pidámosle, que como él, nosotros también podamos ser signos de salvación para quienes viven a nuestro alrededor.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Décima tercera estación: Jesús es bajado de la cruz.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Jn 19, 38.
“Después de esto, José, el de Arimatea, pidió permiso a Pilato para llevarse el cuerpo de Jesús. José era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a las autoridades judías. Pilato le dio permiso, y José fue y se llevó el cuerpo”.
Los momentos difíciles que pasamos pueden movernos a la compasión, al riesgo y a la solidaridad con los demás. José de Arimatea, hombre prestante entre los judíos y discípulo de Jesús, pese al riesgo que corría su vida por ser su seguidor, pide el cuerpo de su maestro para sepultarlo. Gesto que lo lleva a entrar en comunión con la realidad de sufrimiento que vivía la madre de Jesús y sus discípulos más cercanos. Así mismo, el coronavirus, si bien ha cambiado nuestra manera de relacionarlos y ha generado la perdida de cientos de vidas humanas, también nos ha permitido solidarizarnos con el sufrimiento de todos aquellos que como nosotros, han experimentado su propia vulnerabilidad e impotencia ante el virus, y movernos a la solidaridad pese a la falta de recursos.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Décima cuarta estación: Jesús es sepultado.
Lector: Te adoramos, ¡Oh Cristo!, y te bendecimos.
Todos: Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.
Iluminación bíblica: Jn 19, 41-42
“En el lugar donde crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo donde todavía no habían puesto a nadie. Allí pusieron el cuerpo de Jesús, porque el sepulcro estaba cerca y porque ya iba a empezar el sábado de los judíos”.
Finalmente, el cuerpo de Jesús reposa en el sepulcro y con él, descansa también el corazón de sus familiares y discípulos más cercanos, pese a no comprender del todo, el trágico fin de su existencia. El cuerpo de Jesús reposa en el amor de Dios Padre, aunque el desconcierto por su muerte embarga de tristeza a quienes lo conocieron. Muchas familias ante la crisis actual del coronavirus no han podido acompañar de cerca el paso a la eternidad de sus seres queridos. Muchos han muerto solos en los hospitales asistidos por el personal médico, sin imaginar que nunca más volverían a casa. Oremos en esta estación por cada una de las familias que lloran a sus seres queridos, por el desasosiego y el vacío que trae a sus vidas la muerte inesperada de los suyos. Que como María y los primeros discípulos, puedan encontrar en el Padre, la fortaleza necesaria para seguir el camino y sentir la presencia de los suyos, en los valores y experiencias compartidas en vida con ellos.
Padre Nuestro, Avemaría, Gloria.
Oración final:
Señor, ayúdanos a vivir una vida espiritual fecunda, que sea capaz de renunciar a nuestro orgullo.
Que pueda superar nuestros miedos, temores y sentir tu voz de consuelo.
Deseamos abandonarnos en tus manos, Señor, y sentir que contigo nuestra vida es más liviana.
Bendícenos, Señor, y danos la alegría de ser tus discípulos, morir contigo y resucitar a una nueva vida.
Amén.
Oración tomada de: Vía Crucis tradicional, Paulinas.
Hna. Mariluz Arboleda Flórez, fsp.